
Sebastián Godínez Rivera
Los partidos tradicionales cuestionan su derrota, sin embargo, no hay retroalimentación alguna. El México de la transición forjó instituciones autónomas, pesos y contrapesos, pero también con el tiempo moldeó una partidocracia que ha generado desencanto con la población actual. Los resultados del domingo 2 de junio solo se explican por el hartazgo con los partidos tradicionales y el rechazo a la clase política de siempre.
En México se habla de una partidocracia, palabra que se utiliza de forma despectiva para hablar de los partidos políticos. No obstante, su connotación dentro de la Ciencia Política engloba un significado más robusto, su traducción más cercana al español, es el Estado de Partidos de acuerdo a autores alemanes como Coppedge y Leibholz. El Estado de partidos se caracteriza porque los institutos políticos cuentan con una fuerza que les permite partidizar todo el sistema político y se habla de una sustitución de la democracia.
Este no debe confundirse con la competencia electoral o el sistema de partidos, el cual está conformado por normas, instituciones y actores que le conforman en su totalidad. El primero es reconocido debido a que las élites partidistas se mantienen y se hacen con el control de los principales canales de representación, impidiendo que haya un pluralismo o que voces ajenas puedan ingresar a cargos de elección.
Ahora bien, en el caso mexicano los que fueran nombrados los partidos de la transición: Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (AN) y el moribundo de la Revolución Democrática (PRD) han sufrido el desgaste del ejercicio del poder. La construcción del sistema partidista abrió la puerta a una oposición y a la división de poderes. No obstante, tras su dominio a lo largo de 27 años, la gente ha optado por nuevos vehículos de representación.
La pérdida de la ideología, las similitudes entre los programas políticos y la unión de estos tres para competir ha dejado al descubierto sus debilidades aunado a su sed de poder. Es claro que una democracia sin partidos es inimaginable, diría José Woldenberg, pero los institutos han optado por saciar sus principales intereses antes que salvaguardar la división de poderes. Lo vimos con las candidaturas poco competitivas que designaron, lo cual se tradujo en derrotas.
Al analizar las listas de representación proporcional, encontramos nombres de políticos de viejo cuño; nadie niega que para el parlamento se necesitan de perfiles profesionales que coordinen las bancadas. Sin embargo, la designación de los primeros lugares para personajes cuestionables abonó al rechazo de la coalición opositora. Los partidos deberían conocer el aura que tienen, y no necesariamente de bondad, sino por la mala imagen frente a la sociedad.
Ya sea por personajes que defraudaron a sus electores, se involucraron en escándalos de corrupción o simplemente cambiaron sus ideales. Esto ha sido la loza con la que han cargado los partidos, aquí reside el debate profundo sobre si estos sirven a la ciudadanía o solo son un vehículo para alcanzar el poder y enriquecerse. Los autores clásicos como Sartori o Von Bayme dirán que la razón de ser de los institutos políticos es alcanzar el poder. Mientras que otros como Blondel, Gunter y Diamond sostendrían que los partidos son un canal entre sociedad y gobierno, lo cual permite encauzar las demandas de la gente.
Dejando de lado la teoría, en México los partidos se han convertido en feudos para políticos como Alejandro Moreno del PRI quien insiste en mantenerse frente al tricolor a pesar de sus pésimos resultados. Para otros como Marko Cortés, solo se debe apoyar a ciertas candidaturas, existe un respaldo selectivo entre quienes pueden ganar y atraer votos, frente a quienes solo se les designó para no dejar un espacio vacío.
Asimismo, algunos líderes han visto como vehículo de subsistencia a su partido sin importar si este se ha quedado sin militancia y al borde de la extinción. Jesús Zambrano se adueñó del que fuera el partido de izquierda más importante. Ahora, el Sol Azteca está a un paso de la extinción, pero a sus líderes no les importó renovar su agenda y propuestas; tampoco buscaron la modernización o el conectar con la gente. He ahí sus resultados.
Los resultados electorales están presentes desde el inicio del sexenio, la derrota en 23 gubernaturas; la debilidad para competir a nivel del congreso; las disputas durante la campaña presidencial son los datos y la realidad. En 5 años y medio la oposición sólo ha retenido 5 estados; están casi desaparecidos y reducidos a un papel casi testimonial para el próximo sexenio, mientras que sus líderes gozan de las mieles del poder como si lo merecieran.
Argumentan fraudes, llueven impugnaciones (están en su derecho) y dicen que estarán a la altura para la defensa de México. Esos recursos retóricos no son más que la desesperación para cubrir sus fracasos; ocultar que despreciaron a la sociedad civil e ignoraron los reclamos de quienes les dieron su voto. La autocrítica nunca llega y es por eso que han perdido el rumbo, en momentos donde la democracia pende de un hilo y los institutos políticos buscan justificaciones.
En un futuro no muy lejano les espera el cementerio partidista, así como a su ex aliado el PRD, pero también como a las izquierdas y derechas que nacieron en el siglo XX y desaparecieron. El PRI y el PAN no tienen opción más que reinventarse o morir; seguir anclados en el viejo modelo cupular solo los llevará a su deterioro el cual inició en 2018. Sus discursos ya no conectan con un amplio sector poblacional, la defensa de las instituciones no surtió efecto y dieron la espalda a la sociedad civil.
Estamos presenciando el quiebre del sistema de partidos y la partidocracia. El ascenso de un movimiento populista y autoritario ha seducido a un sector amplio de la población. ¿Qué hará lo poco que queda dentro de la oposición? ¿Seguirán ignorando a la gente y sus llamados de atención? ¿Será 2027 cuando el tricolor y el albiazul pierdan el registro?.
