Sebastián Godínez Rivera

Es sabido que en democracia se gana y se pierde, los resultados no son eternos puesto que los que hoy gobiernan mañana pueden estar en la oposición y viceversa. Así parafrasea este modelo José Woldenberg, lo cual es cierto. El sistema democrático permite premiar y castigar a un gobierno o un partido,así como la dimisión de conflictos por la vía pacífica.

El pluralismo no vive su mejor momento en el mundo, ya que este es acechado por el autoritarismo, el populismo y el carisma de algunos líderes, sin embargo, también es respaldado por sectores amplios en la población. Las nuevas mayorías se creen con el derecho de pisar y silenciar a las minorías, lo cual rompe con el equilibrio democrático, puesto que se establece la ley de la mayoría y no el principio de mayoría, en el cual predomina el respeto a la diversidad.

Este es un fenómeno actual en el mundo y nuestro subcontinente (América Latina) no es la excepción. A lo largo y ancho existe una gama de líderes que van desde el autoritarismo como Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro o Daniel Ortega. Tiranos conocidos por sofocar la libertad y la democracia en sus naciones, basados en discursos revolucionarios que prometen el bienestar. Bajo estos ropajes han disfrazado al hambre, la miseria y su excesivo poder en una lucha contra el mal, la cual parece no tener fin.

En otras naciones como Costa Rica con Rodrigo Cháves, Bolivia de Luis Arce o la Colombia de Gustavo Petro los discursos contra los poderes de la unión son constantes. Algunos acusan de golpes de estado blandos para impedir transformaciones; otros se disputan el poder con sus antecesores y generan inestabilidad; mientras que otros desconocen la democracia y tachan de dictaduras o tiranías a las instituciones que limitan el poder.

Además, existen otros líderes como Nayib Bukele, Andrés Manuel López Obrador o Xiomara Castro quienes han logrado mayorías en sus congresos y con ellas pretenden erosionar las instituciones. Buscan cumplir su propia voluntad como si fueran los amos del país. Imponen una sola visión, como si solo esa fuera válida y las demás atentaron contra la propia nación. Los juicios sumarios se han normalizado y las descalificaciones son parte del léxico nacional.

Sin embargo, ante el avance del populismo en la región y en algunos casos la construcción de mayorías gobernantes, hay un caso que debemos tomar en cuenta. En República Dominicana, el presidente Luis Abinader logró la reelección, pero no solo eso, sino que el Partido Revolucionario Moderno (PRM) ganó la mayoría calificada, así como todas las municipalidades y fue la fuerza más votada. Ante este escenario muchos imaginarán que el país caribeño se convertiría en un modelo autocrático y autoritario, pero para sorpresa de todos no es así.

Tras ganar los comicios el reelecto presidente Abinader declaró que “soy consciente de la responsabilidad con la que las y los dominicanos me han dotado; sé la fuerza que tiene mi partido  y lo que esperan de él. No les voy a fallar”. Agregó “seré responsable del poder que tengo, no habrá reformas constitucionales, se escuchará a todas las voces para construir un mejor país.”

Sin duda un mensaje interesante y sensato para los turbulentos tiempos que vive la región y el mundo. A diferencia de quienes han ganado las mayorías y con ellas buscan crear leyes a modo o convertir a sus naciones en su imagen y semejanza, para el presidente dominicano no es así. Reflexionar en torno a sus palabras es importante, ya que su discurso conciliador reconoce las diferencias que existen dentro del país insular, pero también es consciente que su victoria no es un permiso para desconocer a los otros.

El PRM fue la fuerza más votada en todo el país, derrotó a los partidos tradicionales y por sí solo podría gobernar la nación. Es claro que la vena autoritaria y hegemónica siempre está latente, sin embargo, la altura política de Luis Abinader es lo que lo diferencia de otros ejecutivos. No hay talante autoritario o un doble juego de palabras, puesto que desde su primer mandato se ha conducido con prudencia.

También sabe que la gente le ha dotado de mucho poder, pero que este no puede servir a unos cuantos a sus simpatizantes o a los que votaron por él. Al contrario, la democracia debe perfeccionarse; esto se logra con un sistema de contrapesos y con un ejercicio responsable del poder. Para muchos líderes a lo largo de las páginas de la historia, luego entonces, han llevado a la ruina a sus países.

Finalmente, el ejecutivo dominicano también agregó “no seré un caudillo y en cuanto termine este mandato yo me retiraré de la vida pública”. La importancia de destacar esta segunda cita, es porque en la región muchos países están presenciando el surgimiento de líderes carismáticos o la autocratización del poder. Muchos jefes de estado se sienten los salvadores o redentores de sus naciones, por ende, pueden comportarse y hacer lo que les venga en gana.

Abinader tiene la fuerza política para reformar la Carta Magna con su partido, erosionar la democracia y perpetuarse en el poder. Sin embargo, como un demócrata ha establecido los límites a su propia fuerza y al instituto que lo abandera; el respeto a la ley que muchos cuestionan para el mandatario es primordial y ha declarado que se conducirá que no habrá otro mandato o reelección. Un líder democrático es consciente que su función va más allá del poder político y de un gobierno, sino que su esencia reside en respetar y cuidar ese fruto que ha costado muchas vidas en todo el mundo.

En conclusión, Luis Abinader es un ejemplo de presidente para el mundo y la región latinoamericana; en tiempos en los que el autoritarismo acecha a los países, República Dominicana es un ejemplo de la sobriedad del poder. Un pequeño país que nos deja una gran lección sobre el comportamiento civilizado, respetuoso y responsable ante la ciudadanía y la ley.