Sebastián Godínez Rivera

La idea de un presidente revolucionario que encabeza una transformación política, social y económica es un anhelo de varios ejecutivos. En América Latina el caudillismo o el personalismo son características comunes en varias naciones; esto se debe al misticismo y fascinación que despiertan algunos liderazgos. A muchos líderes latinoamericanos les gusta la retórica revolucionaria y nacionalista; incluso si son gobiernos civiles los presidente dotan de un aura disruptiva a sus periodos o gobiernos.

El pasado 19 de julio de 2024 se cumplieron 45 años de la Revolución Sandinista que fue encabezada por Daniel Ortega para derrocar a la dinastía de Anastacio Somoza. No obstante, Nicaragua es uno de los particulares casos que ha sido sometida por quien la liberó de una tiranía. El régimen de Daniel Ortega se ha enquistado en el poder y ha erosionado la democracia, la libertad de expresión, el pluralismo y se ha instaurado un régimen autocrático.

Ortega sostiene que todo lo hace en aras de la libertad y que la revolución pretende ser sofocada por los Estados Unidos. La realidad es que el gobernante mantiene una retórica de guerra y polarización para ocultar su fracaso en temas de seguridad, salud, economía y servicios. La pareja Ortega-Murillo que gobierna con puño de hierro está preparando la transición del poder, pero no de forma democrática, sino dinástica. Su hijo Laureano Ortega Murillo se la ha visto presente en diversos eventos, por ende, será el heredero del país.

La revolución sandinista se agotó con la llegada del siglo XXI, pero para el exguerrillero esto no importaba. Seguir con este camino, tergiversando lo que es el sandinismo y abrazando el autoritarismo somocista el gobierno cambió radicalmente. Ahora, el país adolece en silencio y a la espera de que un día pueda liberarse de un falso cambió que se les vendió en 2006 y que ya no quiere soltar el poder.

En el Caribe, la isla de Cuba también ha quedado atrapada en una revolución que busca hacer justicia y llevar la igualdad a la nación. Lamentablemente, la única igualdad en esa nación es la pobreza que ha impulsado el régimen desde 1959 que Fidel Castro derrocó al dictador Fulgencio Batista. La isla se alineó con la entonces Unión Soviética para que su economía subsistiera, empero, el castrismo ahogó a la oposición, expulsó a la disidencia, prohibió los partidos políticos y estableció un régimen de partido único.

Durante los años de la Guerra Fría Fidel Castro sedujo a su país y parte de latinoamérica con su discurso revolucionario y anti estadounidense. No obstante, en la realidad Castro gobernó con mano de hierro en aras de la revolución; la represión se hizo en nombre del socialismo y de la liberación cubana. La gente solo presenció la caída de su nivel de vida, la racionalización de la comida y el sofocamiento de la democracia.

Castro ejerció el poder como Primer Ministro de 1959-1976 y como presidente de 1976- 2008. Luego pasó el gobierno a su hermano menor Raúl Castro quien gobernó desde 2008-2021 y actualmente es Miguel Díaz-Canel quien ejerce el poder. En casi 65 años la isla solo ha tenido 3 presidentes que no han dejado de lado la revolución. Un discurso combativo que ya ha caducado, pero que sigue siendo reciclado por una élite política que propone la reproducción de las carencias materiales y sociales.

En Venezuela la gente votó por un cambio en 1999, así fue como un outsider como Hugo Chávez llegó al poder. Un militar que sedujo a la población con un discurso de cambio y de combatir a la política tradicional; la gente ignoró que en 1992 intentó dar un golpe de estado. Cuando asumió el poder juró sobre “una moribunda Constitución” y comenzó con cambios radicales; Chávez llamó a su gobierno como una revolución bolivariana.

Gracias al boom petrolero Venezuela tuvo un crecimiento económico impresionante, pero cuando el precio del petróleo se detuvo el país dejó de crecer. El chavismo se radicalizó y empezó a perseguir a los jueces independientes, la oposición, a los estudiantes, académicos etc. Capturó las instituciones electorales, tribunales, Asamblea Nacional y universidades bajo el argumento de transformarlas y ponerlas al servicio del pueblo. La represión y las expropiaciones se volvieron el pan de cada día, como una forma de castigar a todos los que se opusieran al llamado Comandante.

En 2013 Chávez murió víctima de cáncer, pero el poder fue heredado a Nicolás Maduro quien ha continuado por el rumbo de la represión. La retórica de la revolución bolivariana es repetida hasta el cansancio; se habla de la justicia y la redención que la gente tendrá siempre y cuando sigan la revolución.  El chavismo es el camino hacia la justicia, según el oficialismo, pero si hay disenso en las posiciones políticas, luego entonces, se convierten en enemigos del país y del pueblo (este último encarnado en Maduro).

Los ejemplos anteriores se caracterizan por que son militares quienes encabezaron sus revoluciones e instauraron este mensaje en la población. No obstante, hay dos ejemplos en la región que también han decidido vestir a sus gobiernos con ropajes transformadores y que han sido autonombrados en revoluciones pacíficas. Las naciones son Ecuador y México

Rafael Correa gobernó Ecuador de 2006-2017, llamó la Revolución Ciudadana a su proyecto político que se basaba en el plan del buen vivir; el objetivo era transitar hacia el socialismo del siglo XXI. Correa intentó reformar el Estado para ciudadanizarlo, purificarlo y devolver sus factores rectoras en materia de economía. La meta era establecer el neodesarrollismo para atacar las carencias de la gente y para esto se aprobó una nueva Constitución en 2008.

El presidente era visto como el caudillo que combatía la desigualdad y que a través del buen vivir la gente tuviera acceso a una mejor calidad de vida. El principal cuestionamiento a Correa era su excesivo personalismo en la política, muy distinto a Chávez y Ortega, aunado a la búsqueda de un cuarto periodo presidencial, no obstante, el Poder Judicial se opuso y así terminó el sueño de la reelección. Actualmente, el expresidente vive en el exilio puesto que ha sido objeto de investigaciones judiciales en las cuales se le señala de corrupción.

Mientras tanto, en 2018 México presenció la llegada de Andrés Manuel López Obrador, un populista que sedujo al país con un discurso antisistema. No obstante, estratégicamente habló de una Cuarta Transformación, la cual no tiene un significado, pero que es elevada al nivel de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. López Obrador ha dicho que su transformación busca purificar la vida pública del país, atacar la pobreza y desterrar al sistema neoliberal; en realidad este no tiene un significado propio, sino que solo pretende que su gobierno emule un cambio de tal calado que pueda ser catalogado como un evento histórico.

El proyecto lopezobradorista se jacta de ser democrático y plural, no obstante a lo largo de su sexenio se ha atacado a las autoridades electorales, las universidades, clase media, periodistas y a la ciencia. Su transformación está disfrazada de revolución pacífica, pero en realidad la violencia proviene de su discurso diario en el que descalifica a quienes no comulgan con él. Una revolución guinda que quiere reformar todos los órganos que han mantenido la independencia del gobierno, puesto que le son incómodos.

El caudillismo emulado por López Obrador responde al culto de la personalidad del siglo XX mexicano en el cual el mandatario era el centro del sistema político. La revolución oficialista propone la destrucción de los contrapesos para volver a un México hegemónico como el del priísmo de antaño; a su vez, la incertidumbre es grande puesto que la construcción de un nuevo régimen es la meta, pero nadie sabe que surgirá en caso de concretarse.

En conclusión, los discursos revolucionarios no han desaparecido de la región al contrario ahora son enarbolados por militares y civiles. Su meta es cautivar a la ciudadanía con promesas vacías, pero que son atractivas para las mayorías; además, el darle un sentido revolucionario a los gobiernos implica que haya tropiezos o fracasos que no deben ser cuestionados por la gente. La revolución necesita de sacrificios y en ellos hay perjudicados, pero siempre en pos de un bienestar colectivo. Así son las falsas revoluciones latinoamericanas.