Sebastián Godínez Rivera

Con una mayoría artificial avalada por el Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE) que deberá ser ratificada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Más allá de cuestionar la forma en la que votaron las consejerías de la autoridad administrativa, es pertinente señalar que las consecuencias de un partido antidemocrático con una mayoría calificada, solo es la antesala del ocaso democrático.

Morena no es un partido que pueda coexistir con la democracia, al contrario, su proyecto nacional busca dinamitar los contrapesos y la división de poderes. Basta con ver la Reforma Judicial para someterlo al ejecutivo; la propuesta que desaparece los Organismos Constitucionales Autónomos y reguladores; el paso de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional. Aunado a las que no se han presentado, pero que buscan someter a la autoridad electoral.

El oficialismo ha dejado ver su talante autoritario desde el 2021 con las y los comunicadores, el funcionariado electoral, la academía, la ciencia y con la sociedad que no comulga con su proyecto político. Es cierto que la tentación autoritaria siempre es latente en los políticos, como dice el politólogo Adam Przeworski; sin embargo, para esto debe haber un sistema de contrapesos, sumado a una ciudadanía que defienda la democracia y sus instituciones.

Además, el ejercicio del poder conlleva una gran responsabilidad como lo han plasmado los teóricos de la democracia; por ejemplo, en las elecciones generales de 2024 el mandatario de República Dominicana, Luis Abinader, ganó de forma contundente la mayoría legislativa. En febrero de este año en los comicios subnacionales, consolidó su hegemonía ganando todos los municipios. Cabe destacar que el mandatario sabe que no tiene un cheque en blanco para gobernar, sino que es consciente que deberá ejercerlo con responsabilidad.

Así lo hizo en su discurso tras la victoria, llamó a la reconciliación y destacó que el mandato que le ha dado la ciudadanía no pretende instaurar un gobierno caudillista o de un solo hombre. Al analizar al pequeño país caribeño, este ha estado exento de la polarización política y se ha constituído como una de las naciones en las que sus instituciones se mantienen fuertes, a pesar de que en otras latitudes hay actores políticos que buscan concentrar poder.

Lamentablemente México no está en esa lógica, los comicios del 2 de junio pasado arrojaron una victoria contundente para el oficialismo, eso nadie lo cuestiona. El temor se encendió porque su proyecto de gobierno es derrumbar y cooptar las instituciones que se han mantenido como bastiones de la división de poderes. Bajo un disfraz de democracia, el oficialismo dice que sin Organismos Autónomos el país funciona mejor; la elección de jueces por voto popular es democrático; recortar y centralizar todo en una autoridad es más efectivo y barato que mantener un sistema de coordinación nacional y local.

La mayoría que iniciará sus funciones el 1 de septiembre abraza el autoritarismo del siglo XX, pero busca dotarlo de nuevos ropajes con el neopopulismo del siglo XXI. Los nuevos caudillos llegan al poder mediante las urnas y debilitan a los sistemas desde dentro; quizá si operacionalizamos los conceptos, el esquema de David Easton es el mejor. Su caja negra conecta los inputs y outputs del sistema político; y si hay una alteración este buscará un reacomodo.

En este caso el pluralismo se encuentra amenazado y es este elemento del sistema el que puede hacer que cualquier nación vire hacia el autoritarismo o la democracia, como establece Juan Linz. El devenir del sistema democrático se encuentra en la incertidumbre, sobre todo, por la creación de mayorías artificiales que ahora buscan sacar adelante su proyecto, el cual redefinirá al régimen político, porque se modificarán las reglas de un sistema.

No es posible hacer prospectiva, pero el escenario de la democracia imperfecta con la que cuenta México actualmente, desaparezca. He elegido esta comparación de la democracia con los eclipses solares, porque el autoritarismo ha seducido a un sector población que considera que la destrucción institucional y un gobierno unificado son la respuesta. A esto se suma, que la transición democrática no formó nuevos cuadros que defendieran la institucionalidad, al contrario, las anteojeras autoritarias coexistieron con el naciente pluralismo.

En democracia se gana y se pierde y la resiliencia de esta reside en que los actores políticos reconocen las derrotas, aunado a que los vencedores respetan a las minorías y tomen en cuenta sus voces. La incipiente democracia mexicana ha claudicado frente al canto del autoritarismo; varias de las instituciones que se construyeron en los albores de los años 80 y 90 del siglo pasado, hoy solo esperan su final.

En conclusión, el país entrará en un túnel de turbulencia porque la mayoria ha demostrado que no será responsable con sus iniciativas y tampoco con el poder magnánimo. El sistema político se ha cimbrado debido a que el marco normativo y regulador será cambiado por los jugadores que hoy ostentan el poder. El eclipse democrático dependerá de la capacidad de la gente a ser resiliente al antipluralismo y cuide las semillas democráticas que están dispersas en el territorio nacional.