
Sebastian Godínez Rivera
Morena no es un partido que pueda vivir en democracia, al contrario, esto debería llevarnos a una discusión profunda sobre las ideologías de los partidos y si estas son compatibles con el pluralismo. Hasta el momento, la repùblica pende de un hilo y el oficialismo insiste en destruir los contrapesos y la estructura institucional para moldear a su imagen y semejanza una autocracia.
La izquierda latinoamericana en su mayorìa ha actuado de forma violenta cuando asume el poder, esto se explica por los ánimos de venganza que han guardado. Los ejemplo son claros: el chavismo en Venezuela, el orteguismo en Nicaragua e incluso el castrismo en Cuba a pesar de tener el control de la isla desde 1959. En México, el lopezobradorismo materializado en Morena ha demostrado que su Cuarta Transformación solo busca la construcción de una autocracia disfrazada de democracia a través de un discurso populista.
Las presiones de Estados Unidos no han funcionado para forzar al gobierno en turno a reconsiderar su postura; esto se debe a las tibias posiciones del embajador norteamericano, Ken Salazar, quien pareciera haber ignorado al gobierno demócrata y se ha plegado al morenismo. Es importante destacar que la labor de un embajador es fungir como canal de comunicación entre gobiernos, lamentablemente Salazar ha adoptado la postura militante de Morena y no defiende los intereses de los Estados Unidos.
Asimismo, la falta de articulación de la Unión Americana hacia México ha generado que el gobierno populista de López Obrador dinamite los contrapesos. Esto es síntoma de la pérdida de la hegemonía de Estados Unidos y el ascenso de otros polos de desarrollo en el globo. Las agencias, el congreso, el empresariado y la Casa Blanca han dejado que un populista convierta a una democracia imperfecta en un régimen híbrido.
Los ataques de López Obrador hacia Washington, emulan un nacionalismo bananero que se sostiene en la retórica de la soberanía nacional. Al igual que otros personajes como Daniel Ortega de Nicaragua; Manuel Noriega de Panamá; Hugo Chávez y NIcolas Maduro en Venezuela; Evo Morales en Bolivia; Xiomara Castro y Manuel Zelaya en Honduras; Gustavo Petro en Colombia; y Rafael Correa en Ecuador por mencionar algunos.
Los discursos nacionalista siempre han atraído a las y los latinoamericanos, sin embargo, estos solo son disfraces para que la gente construya en su imaginario a un enemigo al cual culpar. Lo mismo hace López Obrador, intentando revestir su gobierno de soberanista e izquierdista frente a los Estados Unidos. Inspirado en la doctrina del siglo pasado e intentando emular a los ejecutivos Luis Echeverría (1970-1976) y a José López Portillo (1977-1982) quienes se jactaban de desafiar a los Estados Unidos.
Sus típicas frases “no somos colonia, protectorado, sino un país independiente” son las teclas que debe pulsar para encender a sus seguidores. No obstante, tambien ha querido personalizar los embates, en algunos casos contra los republicanos y en otros con el embajador Salazar; no es de sorprender que la pausa en las relaciones haya sido con la embajada y no con el gobierno norteamericano.
Washington ha sido muy permisivo con la escalada discursiva, la cual tensa las relaciones entre Palacio Nacional y la Casa Blanca; sobre todo, en vìsperas del cambio de gobierno que se dará el 1 de octubre. El Departamento de Estado ha intentado ser menos permisivo y exigir colaboración, respeto y cautela con los cambios propuestos. Empero, ha faltado fortaleza en las declaraciones que pongan en paz al gobierno mexicano.
Hace falta un titular de esa dependencia que sepa mover los hilos del poder, asi como la diplomacia que Estados Unidos ha ido perdiendo. Pienso en Henry Kissinger quien fue uno de los arquitectos del mundo bipolar en el siglo XX; uno de los Secretarios de Estado más inteligentes que ha tenido ese país. Esto esta plasmado en sus libros y en el actuar que tuvo, se acercó a los gobiernos socialistas como China, el sureste asiático, África y Latinoamérica.
Sus métodos han sido muy cuestionados por la izquierda latinoamericana y lo dan dotado de la imagen del Cóndor, el cual fue una técnica de colaboración entre gobiernos del Cono Sur para combatir las guerrillas. Si Kissinger viviera quizá sabría que hacer con Morena para impedir el ascenso del autoritarismo; sobre todo, porque durante la hegemonía del PRI en el siglo XX, Estados Unidos ya fuera por presiones y la diplomacia obligó al partido hegemónico a abrir poco a poco el camino hacia una democracia electoral.
No obstante, México está jugando con fuego, puesto que los norteamericanos han hecho algunas advertencias al gobierno de la 4T. Además, la historia ha demostrado que los ejecutivos que se pelean con Estados Unidos terminan perdiendo y empeñando el futuro de sus sucesores. En 1976 Echeverría cerró su gobierno con una devaluación y la desconfianza del vecino norteño, sobre si el país transitaba hacia el socialismo.
No obstante, no fue la primera vez, durante la crisis de 1981-1982 el gobierno de López Portillo terminó endeudado, con fuga de dólares y con la presión de la Unión Americana. En consecuencia, el gobierno de Miguel de la Madrid se vio forzado a aceptar las reglas económicas del Consenso de Washington para recuperar la confianza en el vecino del sur. Demostrando que los ejecutivos mexicanos podrán confrontarse y pueden ganar una batalla, pero no la guerra.
Ahora en 2024, López Obrador está creando un sismo en la relación y esto implica que los estadounidenses se planteen nuevos términos en la relación binacional. Sobre todo, con el futuro gobierno de Claudia Sheinbaum quien no asumirá el poder de forma tersa, aunado a la contienda electoral entre Donald Trump y Kamala Harris, la cual está en curso y seguramente México será tema de debate en los comicios norteamericanos.
