Sebastián Godínez Rivera

Recientemente fue publicado Edelman Trust Barometer, el cual mide a través de indicadores de la percepción cómo se concibe el nivel de polarización de un país. Esto implica que de acuerdo a respuestas de especialistas y la relación entre otros actores arrojan un resultado.

La polarización política ha sido una palabra que se ha repetido a lo largo del sexenio que ha terminado y el que está por iniciar, han mostrado una constante que es la división de la ciudadanía por medio de discursos radicales. Sin embargo, debo reconocer que el término polarización ha sufrido un estiramiento como diría Guillermo OˋDonnell e incluso se le ha adjudicado una connotación negativa.

Politólogas como Flavia Freidenberg sostienen que la polarización es necesaria y surge en las democracias, ya que este sistema permite la existencia del pluralismo. Ahora bien, la contraposición de ideas y la discusión sólo puede darse en contextos de libertad; pero el problema surge cuando esta se vuelve tóxica y de fanatismo. Freidenberg, hace hincapié en que hablar de polarización debe hacerse con mucho cuidado.

Sobre todo, porque algunas voces desde el inicio acuñan una connotación negativa a este concepto. Sin embargo, la supresión de esto implica que transitamos a un régimen híbrido o autoritario; ya que si no hay polarización, por ende, no hay diversidad de pensamiento, luego entonces, se intenta establecer una visión única del país. Lo que sucede en México es que la discusión ha adoptado tintes tóxicos y fanáticos que se traducen en acciones y discursos de odio.

Principalmente, los populistas establecen una serie de enemigos discursos los cuales sirven de chivos expiatorios para que su base electoral impulse un discurso agresivo, el famoso ellos contra nosotros. Por ejemplo, en 2021 cuando Lorenzo Córdova y Ciro Murayama eran integrantes del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE), se convirtieron en los blancos específicos de Morena y el ejecutivo; sobre todo, cuando quitaron las candidaturas a Raúl Morón y Félix Salgado Macedonio para las gubernaturas de Michoacán y Guerrero.

Estos personajes convocaron a sus seguidores a protestar, Macedonio amenazó con hacer públicas sus direcciones para que los fueran a visitar. A esto se sumó que algunas personas llegaron a mostrar ataúdes con los nombres de estos consejeros. Sin embargo, esto no ha cesado ahí sino que otros integrantes del INE han sufrido ataques y amenazas por parte del oficialismo.

Durante la discusión de la asignación de diputaciones plurinominales, Sergio Gutiérrez Luna, amagó con juicio político a las consejeras Dania Ravel y Claudia Zavala y a los consejeros Martín Faz y Jaime Rivera si votaban en contra de la sobrerrepresentación. Esto generó polémica, porque es muestra de la división tóxica y de la intolerancia se sectores que están en el gobierno, pero que no toleran el disenso.

Lo mismo ha pasado con las recientes protestas de las y los trabajadores del Poder Judicial y los miembros del máximo tribunal que también han sido agredidos. Desde marchas de morenistas que portaban ataúdes con los nombres de los ministros que han rechazado temas importantes para el gobierno; lo cual es un discurso de odio. Porque llaman a acciones concretas que rayan en la violencia física.

Este es el problema de la polarización, cuando las palabras buscan materializarse en actos que rompen con el pluralismo. A esto se le puede llamar polarización tóxica debido a que pretende sofocar la diversidad de ideas, aunado a que no concibe que en la arena política hay adversarios, sino la dicotomía amigo-enemigo, de Carl Schmitt. En esta propuesta, a los enemigos se les aniquila no solo políticamente, sino también físicamente.

En el mismo tenor, también es posible encontrar un grado de fanatismo, entendido como, la defensa de una persona, doctrina o religión de una manera extremadamente pasional. Esto implica una discusión con argumentos que pueden llegar a ser falaces y pueden escalar a actos físicos. El fanatismo es un punto extremo en el cual las críticas negativas son vistas como amenazas o faltas de respeto.

En México presenciamos que los seguidores de López Obrador tienden a insultar, descalificar e incluso agredir a quien piensa distinto. Además, hay un cambio de posturas que en su momento criticaron, pero que hoy defienden como la militarización del país; la concentración de poder en una sola persona; la intervención del presidente en las elecciones; e incluso las reuniones con personajes polémicos.

Es más que claro el nivel de polarización que tiene el país, aunado a que esta se ha convertido en una herramienta para gobernar. Lejos quedó el tabasqueño que en 2018 prometió gobernar para todos y llamar a la reconciliación; sino que desde el primer día comenzó una serie de ataques contra periodistas, instituciones, personajes políticos y extranjeros que fueron vistos como enemigos.

En consecuencia, su base absorbió este discurso al punto de confrontar a todo aquel que cuestione la falta de resultados o su mala gestión que terminó. La polarización en este nivel es difícil de bajar y con el nuevo gobierno, parece que continuará ya que el oficialismo mantiene posturas agresivas contra varios sectores sociales del país. Ojalá haya un viraje y se deje esto por la paz, para que la nueva administración trabaje para todos.

Los partidos o líderes que llegan al poder deben hacerlo para todos, no para su base o unos cuantos como ha venido sucediendo. De continuar por este camino, la división se profundizará; los ejemplos los tenemos a la vista como en Estados Unidos, Brasil, la India o Turquía donde ha alcanzado niveles importantes y no se ha planteado una forma para reducirla.