
Sebastián Godínez Rivera
Al escuchar este término lo primero que viene a la mente es el Medio Oriente; en efecto porque el sociólogo Max Weber acuñó este término para referirse a una forma de gobierno que centraliza el poder en un líder y la base de este se sostiene en la lealtad de los allegados. No es una dictadura por completo y se encuentra lejos de ser una democracia, sin embargo, de acuerdo al politólogo Juan Linz, sería un punto medio.
Un elemento particular es que a pesar de personalizar el poder, el líder que es la punta del régimen no es carismático como ocurre en los métodos de dominación weberianos. Al contrario, su capacidad para sostener el poder puede ser por la violencia que ejerce, aunado a las redes de lealtad que mantiene en todos los órganos de gobierno. El caudillo es quien ejerce el poder, como se retrata en la novela de Jorge Ibarguengoitia Que maten al león.
En ese texto un militar ejerce el poder de personalista y tiene a una élite leal a sus servicios en todas las ramas de gobierno. El caudillo no es carismático, al contrario, la gente lo odia y cuestiona en la privacidad de sus hogares, nunca en la vía pública. Al final del libro, el militar es asesinado y producto de estas redes de poder, el gobierno es asumido por otro personaje allegado al desaparecido general. La literatura suele superar a la realidad, pero en estos casos es al revés.
Existieron una variedad de líderes sultanísticos en América Latina, por ejemplo, la familia Duvalier en Haití que gobernó desde 1957 hasta 1986. Primero a manos de Francois Duvalier (1957-1971) y luego por su hijo Jean-Claude Duvalier (1971-1986). La isla pasó de sucesivos gobiernos débiles a un sultanismo que estaba sustentado en milicias privadas, la imposición de la religión vudú como método de control y el personalismo de Duvalier.
La provincia de Cabaret pasó a llamarse Duvalier Ville, en honor al dictador; los caudillos en regímenes sultanísticos muestran un alto nivel de megalomanía. Incluso Duvalier comenzó a vestirse con traje, bastón y sombrero bombín, para asimilarse a Barón Samedi; una deidad el vudú que es respetada y temida por los haitianos. De esta forma, el tirano consolidaba su imagen ya no como un ser terrenal, sino como un ente religioso que sembró el terror en la isla.
También en el Caribe, en República Dominicana, Rafael Leonidas Trujillo erigió un sultanismo basado en su poder y visión del mundo. Así como lo retrató Mario Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo, el país vivió bajo el puño de Trujillo desde 1930-1961; el caudillo asumió el poder luego de un golpe de estado. Formalmente encabezó el país desde 1930 a 1952; luego apostó por imponer presidentes desde ese año hasta 1961; en los comicios de ese año impuso a su hermano Héctor Bienvenido Trujillo.
Tras la rebelión armada de 1930 fundó el Partido Dominicano y persiguió a la oposición. El personalismo de este personaje le ganó el sobrenombre de “el benefactor de la patria” o “el jefe”. Para 1942 se fundó el Partido Trujillista del cual el caudillo era dueño y líder. Una particularidad del sultanismo es que todos los ámbitos de la política están en manos de personajes de su confianza, sin embargo, estos son rotados cada cierto tiempo para evitar consolidar liderazgos o cultivar relaciones con otros personajes.
Al igual que en Haití todos los edificios emblemáticos de República Dominicana llevaban su nombre e imágenes del caudillo. La capital Santo Domingo cambió su nombre a Ciudad Trujillo, la provincia de Nagua pasó a llamarse Julia Molina, madre del tirano. Trujillo fue asesinado en 1961; la rebelión fue apoyada por Estados Unidos que consideró que mantenerlo en el poder o con presidentes títeres podría generar una revuelta socialista como en el caso de Cuba con Fulgencio Batista.
Otros ejemplos de gobiernos sultanísticos fueron la dinastía Somoza en Nicaragua y la Cuba de Batista. Ambos tenían el apoyo de los Estados Unidos y estaban sostenidos en la violencia, la represión y la corrupción. Este es otro elemento, los sultanismos incuban prácticas corruptas como forma de ganarse la lealtad de las personas que están en la Administración Pública. No apuestan por la meritocracia o la selección de perfiles que sean funcionales al sistema o a mejorar su administración.
Al contrario, su objetivo es mantener el poder por el mayor tiempo que puedan. Otro elemento que los caracteriza es la falta de una ideología y en su lugar tienen una mentalidad. De acuerdo a Juan Linz, la primera es más elaborada e implica una forma de ver y concebir al mundo; mientras que la segunda solo es una asignación de valores y culto a la personalidad que no permea de forma tan agresiva en la esfera privada de las personas.
Esto puede comprobarse a través de que no existe una corriente de pensamiento trujillista, batistiana, somocista o duvalierista. Pueden haber personas que simpatizan con sus políticas o anhelen el autoritarismo, pero esto no implica que haya una concepción teórica elaborada sobre lo que es. Sino que solo hay ideas sobre estos gobernantes, pero no involucran una construcción elaborada sobre sus proyectos nacionales e incluso tampoco hacen aportes a una corriente de pensamiento.
En conclusión, los regímenes sultanísticos se caracterizan por el autoritarismo y la aplicación de prácticas autoritarias que suelen dejar libres algunos espacios para el disentimiento. Estos se encuentran por debajo de los regímenes totalitarios en los cuales el Estado vigila hasta la esfera privada de la vida. Este concepto permite abordar de una forma completa y aterrizada a ciertos países que cuentan con las características antes descritas.
