La Ley de Murphy

Por Hugo Mena

A Morelos Canseco

Elías, carro de Israel y su caballería

2 Reyes 2:12

La literatura, tal como las matemáticas son dos lenguajes que representan la realidad, pensando un poco sobre una metáfora del poder presidencial y como nos ayudaría a explicar nuestro tiempo pensé en el auriga, ese piloto de carros de guerra, que lidia a dos o más caballos para conducirlos a un punto determinado, en medio de una carrera o de la batalla misma.

La estampa la conforman varios elementos, pero fijémonos en tres, el auriga, los caballos, y el carro; es una imagen en movimiento, hay tensión en los seres vivos que también genera presión sobre el carro, fuerzas en oposición.

El auriga es el presidente, ha sido electo por su antecesor, el tapado de Abel Quezada; ratificado internamente por su partido, primeramente, para después ser ungido en una elección popular, no goza de mayor mérito que haber sido escogido por el presidente anterior, a quien le debe todo, se sabe menos fuerte que los caballos y en ocasiones cree que es dueño del carro.

Será él quien conduzca al Estado, al carro, seis años, elegirá el destino, la velocidad y la fuerza, pero no controla el camino que a pesar de planes y proyecciones sigue siendo incierto, quizá porque en el concierto del mundo otros países imponen condiciones al trayecto.

Es el carro el Estado, su carga o pasaje es la población, que confía en el conductor para llegar a buen puerto, él sabe a dónde ir, los demás incluso la clase política solo deben mantenerse dentro del carro para no caerse en el camino, algunos sin duda serán como lastres abandonados y otros históricamente como los indígenas han estado abajo del carro, ajenos a la modernidad y el acceso a los derechos básicos.

Los caballos son el poder, son más fuertes que el auriga, ambos lo saben, se dejan conducir, pero requieren fuerza, el poder se “ejerce”, si revisamos la etimología de este verbo sabremos qué quiere decir “mantener en un mismo sentido una fuerza”, así que la tarea del presidente es conservar la dirección rumbo al destino

Si el conductor es débil los caballos lo sabrán en el momento que tome la rienda, no logrará dominarlos y tal vez el auriga caiga del carro y muera, “Oh, que mi corona pueda comprar un espejo, donde ver mi sombra y mi ruina”, dice Ricardo II, en la obra del Bardo de Avon; el poder no es para los débiles, los caballos lo intuyen y por eso se oponen al dominio.

Peor aún será si el conductor ejerce la fuerza sin razón, que es solo la violencia; el abuso del látigo cansa a los caballos quienes reparan a cada momento, el tirano no es capaz de conducir por la razón sino por la violencia, así corre el peligro de que los caballos se rebelen contra él y pierda el control, destruyendo al carro.

En México hoy día tenemos una presidenta débil, que su talento es obedecer no conducir, incapaz de reconocer la pluralidad, solo valida una verdad y una razón, la suya. Los caballos, es decir su partido, las oposiciones , los empresarios, pero sobre todo el presidente Donald Trump han advertido su debilidad y por eso no puede conducir el carro.

Más aún, carece de destino, la transformación no ha logrado revelar el resultado final del proceso, no se sabe qué tipo de país se quiere construir y cuál es el camino; está impulsada por la inercia.

Se siente dueña del carro, pero solo es conductora por seis años; piensa que ella elije el destino, pero no tiene la fuerza para ejercer la dirección. Pesa sobre ella la sombra de su antecesor; la posición de conductor es única, no se puede compartir, si dos personas conducen no hay un solo destino.

Lo preocupante es que a mayor debilidad los caballos pueden elegir sus propios rumbos, poniendo en riesgo al carro y al conductor, quien sin talento aplicará la violencia para mantenerse dentro del camino, pero a mayor violencia mayor riesgo. El poder destruye cuando se es débil y arrogante, Dante recoge en el infierno el testimonio de Guido da Montefeltro, “Creí en la promesa de la absolución, más mi astucia de tirano me hundió en esta llama”. Si la presidenta no corrige su debilidad, así como a Montefeltro, la historia no la absolverá.