
Gustavo García
En Puebla se usa una fórmula mágica para que los “allegados” nunca se queden sin chamba: y eso no les resultó nada complicado, sólo bastó convertir al gobierno en una gran empresa familiar.
En esta empresa llamada Puebla, no hay licitaciones que valgan, ni concursos de oposición, ni filtros de idoneidad.
Aquí se pasa de las reuniones familiares a los nombramientos oficiales, todo desde una comidita, cafecito o un brindis.
Porque seamos claros: para gobernar Puebla hay que saber administrar las herencias, cultivar amistades y dar rienda suelta a las “palancas”.
Una herencia íntima de cargos, sueldos, placas oficiales y camionetas de vidrios oscuros para que la familia no tenga que mezclarse con la plebe, ni tenga que hacer filas o procesos que puedan incomodarles la vida.
El discurso de “transformación” es el chiste mejor contado en cada sobremesa de domingo: entre carnitas y coca light se decide quién será el nuevo director de algo, subsecretario de lo que sea o asesor de nadie.
La única regla es que presuma el apellido correcto o, de perdida un parentesco con certificado de autenticidad.
Mientras eso pasa en la realeza gobernante, los mortales miran desde abajo, trabajando horas extras, descuidando a sus familias para no ser despedidos y puedan seguir cobrando sus suelditos y tal vez si corren con suerte, tal vez les toque una tarjeta de despensa, una foto borrosa con la mascota oficial del gobernador o un abrazo del funcionario responsable del área, con un mensaje motivacional de “sí se puede”.
La verdad es que, si no eres de esas familias “acomodadas”, no se puede pretender más, no sin el padrino o compadre del Virrey de sangre azul poblana que ordena en este reino.
Y ojo, que el cinismo ya ni se disimula.
Antes se trataban de ocultar las relaciones familiares o los compadres, novias o cuates, como se escondían los más obscuros pecados, pero hoy ya nada se esconde, no hace falta, mejor aún, se presume la nómina, los cuates y de ser necesario el árbol genealógico.
Cuelgan en redes la foto del nuevo pariente o amigo funcionario, que, por cierto, todos sus cercanos la semana pasada lo veían pidiendo fiado en la tiendita.
Pero ahora es todo un “experto funcionario” que cobra doble: su sueldo y por supuesto su lealtad ciega.
¿Quién necesita capacidad, talento, conocimiento?
Aquí la única capacidad indispensable es la capacidad de callar, obedecer y repartir contratos entre compadres, cuñados y sobrinos consentidos.
Si algo falla, no pasa nada: se inventa un nuevo cargo, se abre una oficina sin sede o se simula una renuncia para que entre otro primo de repuesto.
Se debería patentar el modelo: una franquicia de nepotismo con sabor a talavera
Porque aquí se moderniza todo, menos el manual de la impunidad.
No falta el discurso bonito: rendición de cuentas, combate a la corrupción, austeridad republicana… bla, bla, bla… y mientras tanto, la familia y las familias de los cuates, se sirven primero y se sirve bien.
Y si alguien pregunta, ahí está el coro de aplaudidores listos para inventar cifras, encuestas y aplausos de cartón.
Pero no se engañen: todos lo sabemos, desde el burócrata que firma en silencio para no perder su quincena, hasta el joven que estudia dos carreras soñando con un cargo que jamás le darán porque su apellido no figura en la servilleta de la comida del domingo.
Y así cada día el poblano resiste a su modo: callando, murmurando, votando con desencanto y saliendo cada mañana a ganarse la vida sin compadrazgos ni camionetas blindadas.
Tal vez algún día en esta tierra se entenderá que la dignidad no se hereda: se defiende.
Y cuando eso pase, ni toda la familia de esos corruptos reunida podrá tapar el sol con sus apellidos.
Porque, aunque ellos crean que no, deben de saber que Puebla no es una herencia para ellos, es de quienes la trabajan y no se cansan de levantar la voz y si hoy lamentablemente toca callar para sobrevivir, antes o después la sociedad y la historia los pondrá en su lugar.
Que nadie olvide: ¡el miedo es temporal, la dignidad no! y antes o después esas “familias y cuates” estarán en la parte baja de esta rueda de la fortuna llamada vida y no bastará con tener un apellido para salvarse del reclamo popular y de pagar cada uno de sus deplorables actos.
