Sebastián Godínez Rivera

El tirano de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, se encuentra en medio de tensiones desde el fraude electoral del 28 de julio de 2024. A esto se ha sumado la dura relación con Estados Unidos, que está dispuesto a combatir al Cártel de los Soles y del cual ha sido acusado de ser su dirigente. Más allá del cruce de acusaciones y las operaciones estadounidenses en el Caribe, lo cierto es que Maduro está acorralado.

Sus discursos buscan revestirlo de legitimidad, pero no es la primera vez que pasa; sobre todo, su estilo bélico aumentó desde el 28 de julio, luego de que el Consejo Nacional Electoral no mostrase las actas de su supuesto triunfo. Desde el balcón del Palacio de Miraflores, retó a que Edmundo González, el candidato opositor se presentara en Venezuela para arrestarlo; lo llamó cobarde y títere del imperio.

Asimismo, la beligerancia con Guyana a quien acusa de robar el territorio del Esequibo y amenazó con reconquistarlo. Más allá de cumplir con su palabra lo cierto es que como otros autócratas, las guerras tienden a generar un sentimiento nacionalista en momentos críticos, Maduro aspiraba a sofocar los cuestionamientos de las elecciones y pasar a otro tema. La disputa por el Esequibo no logró acallar el fraude y debió buscar otro adversario, Estados Unidos.

Es cierto que la Unión Americana bajo Donald Trump ha puesto en marcha la expansión territorial, la recuperación de su zona de influencia y tiene un discurso confrontativo. Empero, para los líderes de izquierda o socialistas, “el imperio” como lo llaman siempre es un adversario digno para cuestionar y amenazar. Desde la injerencia en otras naciones hasta vituperios a sus liderazgos sirven para generar cohesión en la base social, pero no en toda la sociedad.

El manual de los dictadores y populistas tiene como precepto la denuncia de Estados Unidos, Evo Morales los acusó de fraguar un golpe de estado en 2020; Hugo Chávez los llamó “yankees de mierda”; Daniel Ortega en Nicaragua los acusa de intentar derrocarlo; la eterna dictadura cubana denuncia el bloqueo comercial. Sin embargo, en otras latitudes algunos dictadores como Muammar Gadafi de Libia se enfrentaron a la Casa Blanca; o en Irak, Saddam Hussein, denunció la intervención de Estados Unidos por el petróleo.

El tener como adversario a una potencia sirve para dar forma a los discursos populistas y con ello desviar la atención de la crisis interna que viven. No obstante, en los anales de la historia es posible encontrar que hubo un dictador panameño, Manuel Noriega, que en un primer momento fue apoyado por Estados Unidos, pero cuando decidió confrontarlos su antiguo aliado lo derrocó. Por eso como dice el refrán mexicano “cuando veas a tu vecino sus barbas cortar, pon las tuyas a remojar”

Noriega cuando sintió que Panamá comenzó a calentarse por el robo de elecciones, la inestabilidad y la represión comenzó a cimbrarse. En uno de sus últimos discursos, el dictador blandió un sable y gritó “les digo a los norteamericanos que no me sigan amenazando porque no le tengo miedo a la muerte” en 1989; luego de eso, los estadounidenses realizaron una operación con la que fue derrocado y arrestado.

Maduro siguiendo este guión en medio de una concentración declaró “venga por mí que no le tengo miedo, cobarde” ante las declaraciones del líder chavista, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, ha dicho que “seguramente no ejercerá el poder en diciembre”. Ante el escenario tenso en Venezuela, el líder chavista no solamente enfrenta una crisis de legitimidad desde el año pasado, sino que la retórica agresiva de Trump ha sembrado la preocupación en el subcontinente.

La Casa Blanca ha pasado del discurso a la acción al enviar tres barcos al Caribe los cuales han presionado a Maduro; a pesar de que ha desplegado a la Guardia Bolivariana y las fuerzas de seguridad, no es suficiente. Ahora bien, como todo líder populista, el presidente de Venezuela ha convocado a formar milicias populares y campesinas a las cuales les distribuiría armas para defender el territorio.

Lo cierto es que la tensión crece en el Caribe y esto es una diferencia fundamental entre su antecesor Hugo Chávez y Nicolás Maduro. El primero era un líder carismático que logró alterar el sistema político y las instituciones bajo su sonrisa y discursos, asimismo, tampoco enfrentó crisis de legitimidad electoral. Si bien, tuvo derrotas en referéndums y Venezuela se convirtió en escenario de protestas sociales que defendieron las instituciones, el país no había estado al borde de una intervención.

Diferente es el caso de Maduro que no ostenta el carisma de Chávez y de quien heredó el cargo en 2013 cuando murió de cáncer. Uno de los problemas es que cuando muere el líder carismático, su simpatía no se traspasa hacia su heredero; al contrario, surge un vacío de esta y obliga a la persona a la construcción de su propio liderazgo. No obstante, Maduro ha apostado por la violencia, la represión y el férreo control del Estado.

El manejo de las relaciones internacionales no es su fuerte, aunque intenta emular a su antecesor, lo cierto es que su historial de mano dura merma sus acciones. Ante el despliegue de fuerzas estadounidenses Maduro debería revisar un libro de historia y analizar cómo terminaron otros líderes que desafiaron al “Imperio”; los gritos de Noriega y Gadafi contra Estados Unidos solo los llevaron a la caída de sus regímenes del terror.