
Sebastián Godínez Rivera
El 23 de octubre el mundo despertó con la noticia de que el presidente de Brasil, Luiz Inácio “Lula” Da Silva anunció desde Indonesia que buscaría un cuarto mandato en los comicios de 2026. Agregó que aún se siente con fortaleza, a pesar de contar con la edad de 80 años, de hace tres décadas. El anuncio no es menor, sino que pone en el centro de la opinión pública nuevamente el debate sobre la edad de los ejecutivos.
En regímenes como el de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua; los hermanos Castro en Cuba; o las dictaduras hereditarias como Corea del Norte los autócratas envejecen en el poder. Las autocracias electorales como la de Paul Biya en Camerún o Teodoro Obiang de Guinea Bissau se han anquilosado en sus países, para seguramente fallecer en el ejercicio de este.
Las democracias también han abierto un nuevo debate sobre las capacidades de los líderes que marcan épocas. El tema surgió con Biden en Estados Unidos y ahora se suscita en Brasil. Los demócratas estadounidenses apostaron por un perfil del establishment que pudiera derrotar a Trump en 2021 y lo logró. Sin embargo, conforme pasó su periodo Biden fue debilitándose y se volvió tendencia por confundir jefes de Estado con otros.
Las preocupaciones crecieron cuando Donald Trump se postuló de nuevo a la presidencia y los demócratas creyeron que la fórmula Biden repetiría su éxito. Ante la pérdida de capacidades motrices y mentales, el presidente se retiró de la campaña y nombró a Kamala Harris como su sucesora. El desenlace es conocido por todos, sin embargo, la médula del texto se encuentra en que algunos líderes son vistos como antídotos que no necesariamente destacan por su efectividad.
Brasil ha estado marcado por Lula da Silva desde los años ochenta cuando cayó la dictadura. El líder sindicalista antes de llegar al Palacio de Planalto fue derrotado tres veces en las urnas; 1989, 1994 y 1998. Llegó al poder en 2003, logró la reelección en 2007, fue ministro del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff y ejerce actualmente un tercer mandato desde 2023 cuando derrotó al entonces presidente Jair Bolsonaro.
La política brasileña de un poco más de tres décadas ha estado marcada por Lula, sin embargo, él también es concebido como un antídoto para el bolsonarismo. Su declaración, no tiene que ver con una ambición de poder, sino que en su partido y él se conciben como una medicina para frenar a los partidarios de Bolsonaro. En 2022, se celebraron unas de las elecciones más polarizadas de la historia.
Bolsonaro desde la primera vuelta reclamó un fraude a través de las urnas electrónicas. Para la segunda vuelta, se negó a reconocer el resultado, lo que culminó con el asalto a los poderes de la nación. Un escenario similar al de 2021 cuando los partidarios del trumpismo asaltaron el Capitolio. La historia de estas naciones tiene una gran diferencia, Estados Unidos decidió no enjuiciar al republicano y la Corte Suprema le brindó inmunidad.
En el gigante sudamericano se enjuició, se encarceló y se inhabilitó a Bolsonaro por un intento de golpe de estado y crímenes contra la democracia. Quienes consideraron que esto era una victoria definitiva, se equivocaron; el bolsonarismo no tiene un candidato definido para 2026, pero está vivo. La playera verde-amarela de la selección de fútbol se ha convertido en símbolo de la derecha y la oposición al lulismo.
La batalla en los tribunales fue ganada, pero no en lo político. Lula realizó el anuncio porque consideran que puede contener y vencer a cualquier personaje bolsonarista. Así como los virus evolucionan y se hacen resistentes a la misma medicina, lo mismo pasa con los políticos. El presidente brasileño debería analizar la historia estadounidense y analizar mejor sus movimientos. Su avanzada edad, sus errores políticos y los señalamientos por corrupción pueden jugarle en contra.
Tanto Lula como Biden tienen parte de la responsabilidad en el deterioro y envejecimiento de la democracia. Ambos fungieron como barreras para nuevos liderazgos en sus partidos; la renovación de personajes es una premisa estudiada por los politólogos que analizan las élites. Cuando estas no se renuevan por mecanismos democráticos e incluso autoritarios, tienden a la fractura y en algunos casos a su extinción.
El mundo ha estado presenciando el anquilosamiento de líderes que han marcado décadas, lo que en su momento les permite retener el poder. No obstante, cuando aparecen nuevos liderazgos estos pueden llegar a ser más atractivos. Brasil en 2018 lo demostró, el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Hadad no fue competitivo para vencer a Bolsonaro producto de casi dos décadas de Lula en la escena pública.
En Argentina Javier Milei fue más atractivo que Sergio Massa, ligado a Cristina Fernández y la mala gestión económica. Evo Morales en Bolivia se negaba a quedar fuera de la presidencia, su partido MAS se dividió y postuló a un personaje poco conocido y fue derrotado en este año. En México, la ausencia de López Obrador en el escenario político ha comenzado una lucha encarnizada por el poder dentro de Morena.
La experiencia muestra que el estancamiento con viejos cuadros de la política, tarde o temprano genera una implosión. Brasil podría ser la excepción o no, Lula aspira a conocer quienes serán los posibles candidatos del bolsonarismo y articular una campaña efectiva. El político brasileño se ostenta como el único perfil capaz de mantener la democracia que quedó herida desde 2022; hasta las mejores medicinas pierden su efecto.
Por otro lado, de lograr la reelección en 2026 existen dos escenarios para el Brasil, uno conocido y el otro incierto. El primero, durante el proceso de democratización, Tancredo Neves compitió por la presidencia y ganó; pero tras diversas intervenciones quirúrgicas falleció y fue relevado por el vicepresidente, José Sarney. Derivado de la avanzada edad de Lula, esto es una posibilidad.
El segundo escenario es que Lula logre culminar su cuarto mandato (en caso de ganar) y que las fuerzas políticas se reacomodarían. Esto daría paso a un proceso de la deslulización del Brasil; ocurre cuando personajes ocupan el poder mucho tiempo. Otra característica sería que su partido comience a formar varios cuadros dentro de la ideología del presidente y se inicie el proceso de “lulismo sin Lula”. Su anuncio desató varias reacciones, sin embargo, como politólogo la comparación nos muestra diversos escenarios.
