Sebastián Godínez Rivera

Los resultados de las elecciones del 26 de octubre no solamente fortalecieron a La Libertad Avanza (LLA), debilitaron a los radicales y al PRO, sino que han generado tensión en el justicialismo. Si bien, el Partido Justicialista (PJ) continúa como la principal fuerza del congreso, no fue suficiente para mermar al oficialismo, al contrario, han quedado al descubierto las pugnas por el partido.

La tensión dentro de la oposición no es sorpresa y tampoco nueva, sino que era previsible. Desde la teoría de las élites, la premisa de que si esta no se renueva algunas facciones comenzarán a disolver los cimientos. La figura de Cristina Fernández ha jugado a favor y en contra de su partido, producto de que desde hace 17 años ha sido un perfil clave en la política nacional. El justicialismo se ha plegado a lo que Robert Michels llamó “la ley de hierro de las oligarquías”.

Esta ley se refiere a que existe a que toda organización por más democrática que sea, tiende a la concentración de poder en una minoría. El kirchnerismo desde 2003 se volvió la corriente dominante en el PJ, lo que le ha permitido a Fernández posicionarse como un factor real de poder en el partido. El gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), las administraciones de Cristina (2007-2015) y su papel como vicepresidenta en el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023) son muestra de su influencia.

La historia de los partidos políticos muestra que cuando un dirigente actúa como “corchete” bloquea el ascenso de nuevos liderazgos. Esto en su momento le permite acumular poder y subordinar a otros perfiles que aspiren a disputar los cargos. Empero, el desgaste del propio ejercicio del poder, tiende a erosionar a estas figuras carismáticas; cuando se retiran o fallecen, el partido puede entrar en crisis por el vacío que dejan.

Desde las elecciones de 2023, la designación de Sergio Massa como candidato presidencial generó fisuras en el kirchnerismo y el albertismo. Sin embargo, desde antes ya había un distanciamiento entre el presidente y la vicepresidenta, esto no pudo ser contenido y se arrastró al terreno electoral, lo que mermó a Massa y fortaleció a Javier Milei. Tras los resultados de las elecciones parlamentarias, los problemas han salido a relucir de nuevo.

Los intendentes han cuestionado a la dirigencia nacional, señalando que ellos son el contacto con la ciudadanía, por ende, quienes tienen los votos. Los reclamos escalaron hasta senadurías y diputaciones nacionales quienes han criticado el liderazgo de Axel Kicillof quien realizó malos cálculos políticos. La ex presidenta Cristina Fernández salió al balcón para festejar los resultados, sin embargo, generó molestias en las filas justicialistas.

Una de las cabezas de la Confederación General del Trabajo (CGT), Héctor Daer, aliada del peronismo, cuestionó la forma en la que Cristina Fernández festejó. El sindicalista lo consideró de mal gusto porque los resultados no les favorecieron. Además, medios como El Día, relatan que la expresidenta ha mostrado su inconformidad con Kicillof quien propuso desdoblar la elección de la provincia de Buenos Aires (que fue en septiembre) en la que consideraron que mermaron a los libertarios.

El periódico relata que Fernández dijo “¡Que ahora festeje su desdoblamiento!”. Analistas del peronismo consideran que este movimiento generó un efecto rebote para los sectores opositores al kirchnerismo. Sin embargo, considero que fue la excesiva confianza del justicialismo lo que pasó factura en estos comicios, mientras ellos creían que el resultado se repetiría, Milei recorrió todas las provincias para fortalecer las bases.

En política no existen casualidades y tampoco sorpresas, solo sorprendidos. Mientras las corrientes reparten culpas entre sí, la realidad es que el liderazgo de Fernández está entrando en un proceso de ocaso. Así como cuando las estrellas se van apagando, ocurre lo mismo con los líderes carismáticos, la personalización del poder genera tensiones y esto se traduce en fisuras.

El peronismo no se ha dado cuenta del daño que le ha hecho anclarse a un solo liderazgo, quizá sus vecinos podrían darle una lección. En Ecuador, Rafael Correa fue la columna de Alianza País y cuando se le prohibió la reelección su fortaleza se vio disminuída. En Bolivia, Evo Morales se erigió como el caudillo desde 2005, cuando Luis Arce ganó la presidencia, el líder indígena aspiró a seguir ejerciendo el poder. La disputa entre este y Morales terminó con la derrota electoral de 2025 y su desdibujamiento.

En Brasil, el anuncio del presidente Luiz Inácio da Silva ha abierto esta nueva discusión, puesto que ha dominado la escena política desde 2003. Su intención es fungir como dique contra el bolsonarismo y sus candidatos. Sin embargo, el desgaste político, la polarización y la edad podrían pasarle factura. Argentina siguió un camino similar con Fernández, lo que en su momento se tradujo en una marca ganadora, hoy parece jugar en contra de su partido

Ante el surgimiento de otras corrientes que aspiran a hacerse con el control interno y con ello redefinir el rumbo, el peronismo estaría a punto de entrar en una zona turbulenta. Los reclamos de los intendentes, las críticas de los gobernadores, la división en los sindicatos y la tensión entre Kicillof y Fernández solamente favorecen a los libertarios. El justicialismo ha escogido el peor momento para discutir y repartir culpas.

Como escribió el columnista Adrián Simioni “Cristina ya no le mete miedo a nadie”, su liderazgo y hegemonía están en crisis. Cuando el carisma y la fuerza se consumen como las veladoras, es signo de que su etapa ha terminado. Quien antes decidió las posiciones a los cargos de representación popular, dialogó con las centrales obreras y se erigió como heredera de la política peronista, hoy ya no lo es más.

Quienes piensan que el tiempo no se agota y su permanencia como líderes es eterna, están equivocados. Quizá el justicialismo comience un proceso de “deskirchnerización”, es decir, reemplazar a la que alguna vez fue la corriente hegemónica por algunos otros planteamientos que sean atractivos para la ciudadanía. Así ocurrió con el peronismo sin Perón, lo que dio lugar a una diversidad de corrientes ideológicas.