Sebastián Godínez Rivera

El novelista Mario Vargas Llosa escribió la novela Tiempos Recios en la que plasmó la vida en Guatemala durante el gobierno del presidente Jacobo Arbenz. Franciso Martìn Moreno hizo lo propio en el libro Las cicatrices del viento cuando Centroamérica vivió bajo el yugo de la empresa norteamericana United Fruit Company que tuvo el poder para derrocar a varios ejecutivos. Hoy los enemigos de la democracia son internos, pero acechan de nuevo.

El ejecutivo socialdemócrata Bernardo Arévalo en un mensaje en cadena nacional llamó a la unidad de todas las instituciones; fuerzas armadas, poder judicial, autoridades electorales y ciudadanía. La razón: la titular del Ministerio Público, Consuelo Porras y el juez Fredy Orellana han impulsado juicios contra su partido, la vicepresidenta y él. La andanada contra el presidente no es nueva, sino que data desde 2023 cuando ganó las elecciones.

Recapitulando, Arévalo triunfó en la segunda vuelta, sin embargo, hubo diversos intentos para frenar la toma de posesión. A los diputados de su partido Movimiento Semilla se les abrieron carpetas de investigación. Se presionó al Tribunal Superior Electoral para que les retirara el triunfo, por ende, perderían el fuero y serían perseguidos judicialmente. Estos antecedentes no son menores.

La democracia guatemalteca continúa enferma, a pesar de que el gobierno en turno ha intentado jugar bajo las normas establecidas, los otros actores se niegan a hacerlo. La medicina no ha hecho efecto, la culpa no es de Arevalo, sino de las herencias del autoritarismo. El país cuenta con una joven democracia, tomando en cuenta que el país transicionó en 1985 con una nueva constitución y con la elección de Vinicio Cerezo en 1986

El país heredó altos índices delictivos que merman la capacidad del Estado para funcionar correctamente. Asimismo, la corrupción funge como engranaje de la clase política que impulsa sus intereses. A esto se suma la debilidad del estado de derecho, que ha permitido que personajes como Sandra Torres, ex primera dama y Zury Ríos hija del ex dictador, Efraín Ríos Mont compitan por la presidencia, aún cuando la legislación electoral prohíbe que familiares de hasta tercera generación lo hagan.

Guatemala en palabras de Guillermo OˋDonnell, se encuentra en este proceso de transición entendido como un intervalo de tiempo entre el autoritarismo y otra cosa. Sin embargo, los actores políticos han decidido jugar con el marco institucional para perjudicar a quienes consideran una amenaza para sus intereses. El mensaje de Arévalo no es alarmismo, sino que existen antecedentes que muestra el talante autoritario de algunos sectores.

El estado guatemalteco al igual que otros de la región puede ser diagnosticado como un Estado Esquizofrénico, según O´Donnell. Esto quiere decir que no logra cumplir con sus funciones cabalmente por diversas patologías que presenta, por ejemplo, la corrupción, los grupos criminales, una élite antidemocrática e instituciones débiles. La esquizofrenia de un estado se caracteriza porque mientras más lejos se está del centro político, mayor influencia tienen otros grupos, mientras que el estado pierde fuerza.

La tensión que viven los guatemaltecos va más allá de un gobierno, sino que tiene que ver con la estabilidad de la frágil democracia. Los intentos por mermar al actual gobierno demuestran un desprecio por la democracia y es un aviso para la ciudadanía en general, están dispuestos a hacer todo para evitar un cambio.

A esto se suma que la estructura estatal se encuentra cooptada, lo cual habla de un alto nivel de politización traducido en inoperancia. Es importante distinguir entre Estado y gobierno; el primero es la máxima institución que aglutina sistemas y subsistemas, en los cuales convergen varios actores. Por definición, el estado no debería estar ideologizado, sino que este debe trascender en el tiempo y a los gobiernos.

El gobierno se caracteriza porque es un pequeño espacio dentro del Estado, que a su vez se encuentra sujeto al régimen, es decir a la división de poderes. Este se encuentra dentro del sistema político y está cimentado en un lazo en los poderes de la unión; ejecutivo, legislativo y judicial. Además, este está profundamente ideologizado porque es ocupado por los partidos políticos y organizaciones partidistas.

En el caso guatemalteco, el Estado y el gobierno responden a intereses políticos, lo que ha carcomido su capacidad de articularse más allá de quienes ostentan el poder. La amenaza contra la administración actual ha atacado desde dentro, el Ministerio Público y el poder judicial. Desde las elecciones de 2023, el triunfo del socialdemócrata sacudió las entrañas de una élite que pretende sostenerse a cualquier costo.

Lo que sufre Guatemala no es menor, porque si bien no se visualiza un golpe de estado como los de antaño, permite diagnosticar la sofisticación de los autoritarismos. Utilizan la democracia, sus reglas y las instituciones para presionar a los demócratas. Desde que inició el mandato de Arévalo, la ciudadanía ha pedido que destituya a Porras, lo que sin duda sería un mensaje de fuerza. El presidente no lo ha querido hacer por falta de voluntad, sino por un cálculo político.

La destitución de la titular del Ministerio Público devendría en un ataque más agresivo de otras ramas del estado que por ahora están “hibernando”. Arévalo sabe que presionar a estos sectores sería un suicidio político. Apelando a la historia, su padre Juan José Arévalo fue presidente entre 1945-1951, en su gobierno apeló al reformismo y tocó diversos intereses que en su momento pudieron ser frenados.

El gobierno arevalista culminó en 1951 y los cambios continuaron con Jacobo Árbez. El general impulsó reformas laborales, agrarias y de justicia social que molestaron a la élite. A esto se suma que tocó los intereses de la importadora de fruta más importante del momento. La conjunción de intereses privados y públicos se materializó con el golpe de estado que lo depuso del poder e inauguró un turbulento periodo de dictaduras.

Arévalo tiene presente lo que ocurrió en el pasado, pero también sabe que una confrontación directa llevaría al derrumbe de la frágil democracia. Por eso es importante no quitar los ojos de lo que pasa en Guatemala; en un periodo lleno de autócratas, populistas y retroceso democrático, el  país aspira a mantenerse como un faro democrático. Lo que para muchas generaciones costó sangre y acuerdos puede ser demolido en meses.