Por Ruby Soriano

La desafortunada carta que dictó el Presidente Andrés Manuel López Obrador como respuesta al llamado del Parlamento Europeo para instar al cese de hostigamiento, acoso y ataques contra los medios de comunicación, marca un precedente de la desafortunada etapa que encabezan las relaciones diplomáticas de México.

El tono de la misiva raya en el fanatismo exacerbado de una autocracia donde se defiende la comunicación de estado en una línea de imposición y amordazamientos vía presiones, hostigamiento y descalificaciones hacia el periodismo y quienes lo ejercen.

La carta más allá de las adjetivos y señalamientos peyorativos muestra la ira de un mandatario incapaz de sostener un diálogo de apertura y consenso, con un parlamento europeo que mostró preocupación por lo que ocurre en un país, donde la violencia equipara a la que se suscita en un frente de guerra. Y donde los medios de comunicación son continuamente descalificados y acosados para dejar de hacer un trabajo que incomode al gobierno.

Los niveles de animadversión que promueve directamente el Presidente AMLO contra varios periodistas, rayan en el desquiciamiento que se muestra diariamente al exhibirlos no sólo por su crítica, sino por considerar que los medios donde laboran, son parte del bloque opositor a la llamada Cuarta Transformación.

La descalificación del Presidente al Parlamento Europeo coloca al país con una imagen internacional desfavorable, donde difícilmente se reconoce la importancia de aceptar a los medios de comunicación como agentes intermedios de una sociedad.

También con esta última acción, se confirma que Marcelo Ebrard replicó las funciones de la ex Secretaría de Gobernación Olga Sánchez Cordero, es decir, es sólo un florero.

A todas luces se muestra que el Presidente ignora a su propio gabinete e impone decisiones de hígado y bilis, secundado por el inoperante vocero Jesús Ramírez Cuevas, quien carece de todo sentido de estrategia para medir los alcances de las declaraciones del mandatario.

Al más puro estilo charril, senadores, diputados y gobernadores morenistas de todo el país, lanzaron en redes sociales, sendos desplegados en respaldo a la carta presidencial, confirmando que los verdaderos borregos no están en el parlamento europeo, sino en México.

Tal parece que el Gobierno de México inició una nueva estrategia para neutralizar a los medios y periodistas que considera incómodos y enemigos de su cuarta transformación.

La intromisión de personajes cercanos al Presidente, en los Consejos de Administración de empresas de comunicación, resulta una alerta que no debemos escatimar, sobre la posibilidad de intentar controlar y regular la libertad de expresión y de información, desde el seno de los propios medios.

Las primeras señales son la presencia de Epigmenio Ibarra en el noticiario de Ciro Gómez Leyva quien, a todas luces, mostró que fue una imposición de sus directivos, para darle voz a un “militante” del López-obradorismo.

El segundo caso, es el de WRadio donde la ausencia de Carlos Loret de Mola en su programa, durante la última semana, lanzó las alertas sobre un posible veto al periodista. Loret de Mola reapareció sin dar detalles.

La versión tomó fuerza luego de comentarse el posible arribo a una silla del Consejo de esta empresa de comunicación, del empresario consentido del sexenio: Daniel Chávez, dueño de Grupo Vidanta, presunto patrón de Ramón López Beltrán y uno de los asesores del Presidente en las obras del Tren Maya.

Los desatinos del gobierno de Andrés López Obrador viven su peor momento.

Nos queda claro que en México corren días donde se está ejerciendo un poder totalitario: Por encima de las leyes y de la justicia, la voluntad única del Presidente.

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