Por Ruby Soriano

Elegir el lado contrario del caudal de la corriente, implica en la mayoría de los casos la rebeldía.

Las mujeres en México hemos recobrado visibilidad, no la suficiente para hacer valer nuestras voces en las tribunas y espacios donde se imponen los estereotipos de sociedad y gobiernos carentes de un ejercicio libertario para admitir la crítica, la pluralidad, la diversidad genérica, la inclusión y por supuesto la denuncia.

Millones de mujeres en este país, libramos batallas en distintas intensidades y órdenes sociales que podrían convertirnos en heroínas a sueldo de nuestros propios destinos.

Callar no es la opción. Tampoco alinearte a la mirada pasiva de aquellas que prefieren esperar cambios que si no se empujan, no se darán.

Hace unos días, leía la indignación de una joven cuya hermana fue víctima de feminicidio. Acertadamente evidenciaba la soledad de una familia al exigir justicia para su hija.

Son miles de realidades envueltas en las voces de mujeres que hablan fuerte sobre sus pesares, esos que duelen en sus ojos y no en los de los demás.

Escuchaba la angustia de Mila (Milagros) madre soltera despedida haces 8 meses de su empleo como recepcionista en una clínica de belleza. Aprendí de ella la garra para salir a vender todos los días los postres que prepara desde el horno de su estufa convencional.

También en estos días miré los ojos de Cecilia, una joven de 24 años, cuya mirada me dijo “ya no más”.

Ella decidió frenar esa violencia a la que era sometida por su marido diez años mayor que ella.

Hoy Ceci vive en una vivienda de dos cuartos con sus dos hijos, con muchas limitaciones pero sin golpes.

Entre estos encuentros en el gran mosaico de emociones con los que vivimos las mujeres, pude compartir 20 minutos del tiempo de Carmen. Originaria de Nopalucan y con 19 años, parada en una acera de la 4 poniente, Carmen buscó palabras para decirme que ser prostituta no siempre es una elección.

Sus respuestas lacónicas a todas mis preguntas, siempre las hizo con una sonrisa.

Quizá la frase más dura con la que me quedé fue escucharla decir: “Aquí se siente dura la soledad pero esto no durará para siempre”.

En estos tiempos se tienen que quebrar lanzas para visibilizar realidades.

Es justo lo que hace Anaceli, con su juventud “centennial” y con su pañuelo verde amarrado al cuello, le dice sí al aborto y a la lucha de un feminismo fresco, combativo y con la mirada esperanzada en rescatar del ahogo las voces de muchas mujeres que quieren hablar, decir, protestar y denunciar.

Cada año se abren nuevas rutas de trabajo y retos que como mujeres tenemos que aprender a asumir desde los distintos frentes en los que operamos.

Darnos voz unas a otras nos permite afianzar cadenas de difusión.

Si romper los cercos del silencio y de la ignorancia sobre las exigencias de las mujeres en México implica quebrantar, visibilizar y denunciar, convirtámonos en las “transgresoras” de esos cambios que ya no se pueden frenar ante la indiscutible fuerza y lucha de género, que se ha fortalecido, pero aún no se ha reconocido.

Así entonces, elijo ser una transgresora en estos nuevos tiempos donde seremos no sólo manada, sino también revolución.

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